Literatura de nuestra época Siglo XXI
El siglo se inicia en un ambiente que mezcla el optimismo por los avances tecnológicos y la nostalgia de un pasado idealizado, encarnado en el espíritu del fin de siècle de la literatura del siglo XIX. Un ejemplo de esta dualidad la encarna el novecentismo catalán, que al mismo tiempo quiere modernizar el arte y abrazar los nuevos tiempos, entronca con los clásicos grecolatinos y reivindica el Mediterráneo como espacio histórico, vinculándose con las civilizaciones anteriores (algunos autores destacados son Carner y Eugeni d'Ors). Es la década donde se pone definitivamente en cuestión el realismo como técnica, y donde se publican obras que inauguran la literatura infantil y juvenil moderna
La segunda década está marcada por la Primera Guerra Mundial, que para muchos estudiosos marca la primera auténtica rotura literaria del siglo. Así, bien que los autores de 1910 a 1914 todavía pueden mostrar un optimismo y un deseo de modernización, la guerra hace que todos los escritos hablen de la condición humana, la muerte, el destino europeo y la decadencia de la ética. El conflicto provocó la pérdida de vida a gran escala, no sólo entre militares sino también entre la población civil, y causó una severa crisis económica en Europa.
El fin de las certezas se tradujo artísticamente en el vanguardismo, una serie de movimientos cuyo denominador común era la experimentación verbal y el uso de elementos de diferentes artes. Este arte "roto", fragmentario, respondía bien al desencanto generalizado y formó el preludio a los juegos verbales de la posmodernidad.
Los felices años veinte es el nombre que recibe esta década, marcada por el deseo de olvidar los horrores de la guerra. Por eso el arte se vuelve frívolo, hedonista y trata de recuperar el optimismo, huyendo de la realidad, fijándose sólo en los detalles y no en el marco histórico. La influencia de la música y el cine comienza a hacerse patente en los escritos, que adoptan un ritmo más rápido. En este contexto surge con fuerza el surrealismo, recogiendo los hallazgos del psicoanálisis como punto de partida para explorar el mundo de los sueños y de las asociaciones de imágenes. Esta exploración llega a la religión y la mitología, donde empiezan a destacar los trabajos de Mircea Eliade.
André Breton fue padre de este movimiento, recogiendo la herencia pionera de los franceses vanguardistas y exportando el concepto a la pintura y el cine aparte de cuajar en la literatura. El monólogo interior, presente por ejemplo en las obras de Virginia Woolf, es una de las técnicas para hacer brotar el inconsciente. En estas obras aparecen seres fantásticos, que entroncan con la ciencia ficción, como los robots de R.U.R. (Robots Universales de Rossum) (donde nace precisamente el término). La personalidad ya no es monolítica, como demuestran los heterónimos de Fernando Pessoa, porque la mente tampoco lo es. Esto hace que se multipliquen los puntos de vista. La poesía de Joan Salvat-Papasseit se inscribe en esta tradición.
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