Platero y Yo
Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Come de todo y los del pueblo dicen que tiene acero.
Era una noche morada y brumosa. Vagas claridades malvas y verdes quedaban tras la torre de la iglesia. Salió un hombre oscuro, con una gorra y un pincho que quería clavar en el seroncillo pero lo impide.
Tres niños hacían como si fueran mendigos, uno decía que era cojo, etc. En esto que llegó una niña forastera y les insulto dándoles a la vez un consejo.
Todo se veía distinto cuando ocurrió el eclipse, el mar parecía blanco… Y para observarlo mejor utilizaban varios instrumentos: gemelos de teatro, etc. Y también lo veían desde diferentes sitios: desde el mirador, etc.
La luna les acompaña por un valle soñoliento. Hay un olor penetrante a naranjas, humedad y silencio. Hace frío y tienen miedo, así que Platero trota para salir de allí.
Le dice a Platero que si fuera a la miga aprendería muchas cosas. Sabría más que el médico. Pero que era muy grande para sentarlo en una mesa, cantar en el coro, escribir con pluma, etc. Además le maltratarían. Así que el mismo dijo que le enseñaría algunas cosas.
Cuando se viste de luto con barba nazarena y pasa montado sobre Platero, los chiquillos gitanos aceitosos y peludos, le llaman loco.
Es Sábado Santo y están matando a Judas. Todos disparan sus escopetas. Pero hay un problema, y es que hay mucha gente que se llama Judas.
Hacía un buen tiempo para comer brevas. Así que echaron una carrera para cogerlas, pero Adela, que era gordita y baja, corría poco y como no la esperaban, se enfado. Poniéndose a tirar las brevas a la cara, y así no las empezamos a tirar entre nosotros.
Caen rosas del cielo, parece que se deshace el cielo en rosas. Cuando caen dejan el paisaje rosado como los cuadros de Fray Angélico.
Parece que la vida pierde su fuerza cotidiana. Si se muriera Platero antes que el muchacho, no lo enterraría en el Moridero como los demás hombres que tienen burros si no que lo enterraría en un lugar donde estuviera entretenido con niños, niñas, pájaros, etc. En el cielo azul de Moguer.
Cuando iban por la dehesa de los caballos, Platero, cojeó. Y cuando le vio la pata se fijó que tenía una púa, y se la sacó. Después el muchacho lo llevó al arroyo para curársela y siguieron su marcha.
Ya llegaron las golondrinas, contando lo que han visto en África y en los lugares por donde han pasado. Están como despistadas sin
saber qué hacer. Vuelan en línea recta. Y se van a morir de frío.
El muchacho va a ver a Platero al mediodía a la cuadra. Diana una cabra que se echa sobre las patas de Platero, se acerca al muchacho como jugando y lo mira. Y Platero rebuzna de felicidad.
Había un potro negro, con tornasoles granas. En sus ojos parecía que había fuego. Y pasaba por las calles como un campeón. Cuando entro en el corral, cuatro hombres lo cogieron y lo tiraron sobre el estiércol, y, después de castrarlo parecía otro; blando, sudoroso, triste, etc. Lo levanto un hombre y se lo llevó.
Su niñez fue buenísima. Primero se iba a la casilla de Arreburra, y estaba en su corral dorado por el sol, y desde allí miraba Huelva, encaramándose en la tapia. Después de allí se iba a la calle Nueva, etc. Luego a la casa de don José, el dulcero, y se quedaba deslumbrado con sus botas de cabrito. Tuvo muchos sueños, que se imaginaba desde su balcón y otros lugares.
Trata de un niño tonto que siempre estaba sentado en su silla delante de su casa viendo como pasaban las personas. Nunca daba nada, todo era para su madre. Un día cuando pasó el autor ya no estaba el niño tonto sino un pájaro y entonces supo que había muerto y había subido al cielo, y allí estaría sentado en su silla.
Era una niña que se llamaba Anilla la Manteca a la que le gustaba disfrazarse de fantasma, y una noche se vistió para asustar a unos niños pero empezó una tormenta y se metieron en casa. Hubo un ruido seco y entonces todos se quedaron ciegos. Cuando volvieron a la realidad estaban en otro sitio y bajaron donde estaba Platero. Y allí estaba la pobre de Anilla muerta a causa de un rayo.
El autor le va contando a Platero todo lo que ve, las hierbas, las flores, etc. Entonces Platero se pone a beber en un charco que había. Luego todo cambia. Como si cada momento que pasaba fuera a descubrir un paisaje abandonado. La tarde fue inacabable, tranquila.
Cuenta el autor que estaba jugando con Platero y entonces vio llegar a una mujer gritando que si estaba ahí el médico francés y un poco más atrás venía la gente con un cazador cogido. El médico lo bajo y le miro la herida que tenía en el brazo, pero el médico decía que no era nada. Y un loro repetía todo lo que decía mientras el cazador gritaba de dolor.
Platero como no había subido nunca a la azotea no podía saber lo que allí se sentía. La azotea es maravillosa. Desde allí se pueden ver y sentir un montón de cosas. Parece rara la vida de debajo de la azotea cuando estás allí.
Venían cargados de flores de los montes. Caía la tarde. Parecía que el oro se convertía en plata. Los lirios parecían con otra frescura. Y sin darse cuenta había dejado a Platero atrás.
Siempre que iba el autor a la bodega del Diezmo, él se iba a contemplar la verja para ver si podía ver algo de dentro. Que fantástico espectáculo el de la verja. En sus sueños, el autor, se imagino que aquello era maravilloso. Así que acudía muchas veces para ver si alguna vez la abrían.
Platero iba ungido y hablaba como con miel. Vio a don José en su huerta gritando palabrotas a los muchachos que le robaban las naranjas. Como de él no se habla peor de nadie.
Pero luego está don José el cura que cuando entra en el pueblo montado en su burra, se parece a Jesús cuando iba a la muerte.
Por la culpa de los niños no podía dormir, el autor, pero cuando se asoma a la ventana se da cuenta de que no son los niños, sino los pájaros. Cuando sale a la huerta da gracias a Dios por los pájaros. El campo se abría en estallidos como si estuvieran dentro de un gran panal de luz en el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.
El aljibe estaba lleno de las últimas lluvias, no tenía eco, ni se veía el fondo como cuando está bajo. Le dice el autor a Platero que no había bajado nunca al aljibe, pero que él sí. Anteriormente cuando el aljibe estaba seco bajó. Tenía una galería larga y un cuarto pequeño donde hacía frío. Cuando era niño no podía dormir cuando llovía por la intriga de ver como estaría el aljibe después de llover. Así que iba a la mañana siguiente como loco a ver hasta donde se había llenado.
A veces iba el perro flaco y anhelante, a la casa del huerto siempre temía los gritos y los apedreamientos. Un día llego detrás de Diana y un guarda que lo vio se asusto por la muchacha, así que disparó al perro matándolo. Platero lo miraba fijamente mientras el guarda se arrepentía. Abatidos por el viento los eucaliptos parecía que lloraban y la siesta se tendía sobre el perro muerto.
Le dijo, el autor, a Platero que mientras que él se para, para ver el remanso se fuera al prado. El sol lo alumbraba pasando su agua espesa. Todo parecía pequeño pero a su vez inmenso porque parecía distante. Ese remanso era su corazón antes. Hasta que el amor humano rompió su dique y corrió la sangre corrompida.
Los niños fueron con Platero al arroyo lo han cargado de flores y lo han traído y sobre la empapada lana de Platero estaban las flores amarillas. En esa tarde de lluvia el rebuzno de Platero se hacía alegre. Empieza a comer flores y de vez en cuando mira al autor. Platero mira el campo en esa tarde equívoca de abril donde no para de llover.
Es un canario viejo que tenía el autor, y no lo quería dejar suelto por si se moría. Pero un día se escapo, y los niños estuvieron toda la mañana buscándolo. A la tarde estuvo revoloteando por el jardín y después se metió en su jaula. Y todos se pusieron muy contentos.
Vino trotando un burro viejo asustado por alguna razón. El burro era viejo, estaba en los huesos y rebuznaba ferozmente de forma que Platero se asustaba. Era negro y grande. De fondo se oía el ruido de los pescadores vendiendo en el mercado. Platero seguía temblando y el autor dijo que no parecía un burro.
Al muchacho le llamaba la atención un pájaro que revoleteaba por el prado y vio entonces una trampa que habían puesto lo muchachos. Se estaba dando cuenta de que los pájaros iban a caer. Así que se monto en Platero y obligándole a subir al pinar ahuyentó a los pájaros a otro lugar de forma que no cayeran en la trampa y Platero se lo agradeció dándole golpes en el pecho con el hocico.
Estaban tirados en la acera en todo su largor igual que los perros cansados. La niña pinta en la pared, el niño se orina y el hombre y el mono se rascan. De vez en cuando el hombre se levanta y se va a la calle o la niña canta, etc.
El claro viento del mar sube por la cuesta roja. Platero contento, ágil y dispuesto como si no llevara a nadie encima subía. Íbamos en cuesta arriba como si fuéramos en cuesta abajo. Platero yergue las orejas y en la otra colina está su amada y se oyen rebuznos entre ambas colinas. Pasa frente a ella con cara triste y Platero trata indócil y a veces mira para atrás entristecido.
Platero había estado bebiendo en la fuente y se la habría trabado una sanguijuela y está echando sangre por la boca. Pidió ayuda a Repaso y entre los dos intentaron sacarle la sanguijuela atravesándole un palo entre los guijarros pero Platero no quiere. Allá dentro se la veía, y con dos sarmientos se la quitó. Después de quitársela a Platero la corto sobre el arroyo para que no hiciera daño a más burros.
Le dice el autor a Platero que se aparte para que pasen estas tres viejas. Una de ellas era ciega y las otras dos la guiaban. Iban diciendo palabras lamentables. Eran gitanas, se notaba por la forma de vestir, con trajes pintorescos y de luto. Iban al médico, con mucha confianza enfrentándose al calor primaveral.
En el arroyo grande se habían encontrado una carretilla y al lado a una niña llorando porque no podía empujarla para que saliera del barro, y como el burro que tenía era muy joven y débil, le engancho el autor a Platero y consiguieron sacarla. La subieron también la cuesta y la niña se lo agradeció. Le dio dos naranjas la muchacha y el autor le dio una al burro joven y otra a Platero.
Le dice a Platero que el alma de Moguer es como el pan y no el vino. Al mediodía todo el pueblo huele a pan calentito y la gente se lo como con el gazpacho, con el aceite, etc. Llegan los panaderos montados en sus caballos a repartir el pan y los niños pobres empiezan a pedirles un poquito de pan.
Le cuenta a Platero que está muy guapo y que relucía mucho. Platero se acercaba al autor avergonzado pero tan limpio como la más joven de las Gracias. Cuando se acerca al autor le acaricia y sale a correr como su perrillo juguetón. Entonces sale otra vez a correr y hace como si comiera y se ríe y no se le ve mucho por el sol.
Dondequiera que para o adondequiera que llega parece como si estuviera en el Pino de la Corona. Al crecer el pino el autor también ha crecido, y cuando le quitaron una rama es como si al autor le doliera. A veces el Pino de la Corona llama al autor para que vaya a descansar a su paz como el término verdadero y eterno de mi viaje por la vida.
Darbón es el médico de Platero, es muy grande gordo y un poco viejo. A veces se traba hablando y agacha la cabeza por vergüenza y para corregirse. No le quedan apenas ni dientes ni muelas y sólo como bolas de migas de pan y cuando las mastica con las encías se le sube la barba a la nariz. En la puerta del banco, cuando se pone, tapa la casa. Pero es muy sensible. Y cuando ve una flor o un pájaro se ríe. Cuando mira para el cementerio llora por su niña.
En el seco y polvoriento corralón había un niño en la fuente y en los ojos parece estar escrito la palabra oasis. Ya hace calor de siesta y le da al niño el sol en la cabeza pero no lo siente ya que se está bañando. Habla solo se rasca entre sus harapos. El niño se recoge y cambia la forma del agua.
Platero y el autor se llevan bien. Platero sabe lo que le gusta al autor, como por ejemplo, cuando llegan al pino de la Corona, le gusta acercarse a acariciar el tronco. El autor trata a Platero como a un niño. Cuando lo ve cansado se baja para no pesarle tanto. Se parecen muchos, tanto que el autor cree que sueñan lo mismo. Se llevan tan bien que Platero huye de los demás.
Platero y el autor se llevan bien. Platero sabe lo que le gusta al autor, como por ejemplo, cuando llegan al pino de la Corona, le gusta acercarse a acariciar el tronco. El autor trata a Platero como a un niño. Cuando lo ve cansado se baja para no pesarle tanto. Se parecen muchos, tanto que el autor cree que sueñan lo mismo. Se llevan tan bien que Platero huye de los demás.
La hija del carbonero es bonita y sucia, sus ojos son negros. Está en la puerta de la choza, sentada, durmiendo a su hermano. Está todo tan en calma que se oye hasta a una olla cocer en el campo. Y la carbonera canta para dormir a su hermano. Descansa y sigue cantando. El viento está en calma y oyendo a su hermana cantar el niño se duerme.
Le habla a Platero sobre una acacia que sembró él y que fue creciendo hasta que le cubre con su franca. Hoy ocupa casi todo el corral y parece que no es la misma, el autor creo que no se acordará de él. Un árbol sembrado por él, acariciarlo o acariciar su rama graciosa no le trae ese pensamiento de poesía y entonces le entra un escalofrío y se tiene que ir del corral.
Estaba derecha en una triste silla, blanca la cara y mate; el médico le había mandado salir al campo pero ella no podía. La voz se le caía y entonces le ofreció que se subiera en Platero. La gente se asombraba al verlos pasar y Platero iba con cuidado sabiendo que era muy frágil.
Le dijo a Platero que esperaran para ver las carretas. Lo leve limpio y lujoso para piropear a las muchachas y se pusieron detrás de la valla. Estaba lloviendo pero a la gente no le importaba. Pasaron primero en burros, mulas y caballos, todos muy contentos. Luego en sus carros blancos, todo en flor como un jardín. Se oía ya la música y entonces Platero se arrodilló como una mujer , blando y humilde.
Legando al prado se ha echado bajo un pino y se ha puesto a leer por una señal que había. En lo alto se oye como un pájaro se come las semillas. Una sombra se acerca, es Platero que va a leer con el autor. El pájaro interrumpe una palabra y piensa que Ronsard se estaría riendo en el infierno.
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